Por Dr. Alejandro Rodríguez, Sdb – Universidad Mesoamericana – Consorcio de Universidades de Guatemala

La educación considerada un arte es, hoy en día, una delicada tarea de acompañamiento, de proyecto de vida compartido, de metas intencionadamente propuestas y de valores asimilados por quien facilita la experiencia educativa misma. El centro de toda acción educativa es el estudiante, en su contexto propio, en su dinamismo personal en que se encuentra, en su sensibilidad generacional propia, en sus sueños y aspiraciones.

Un arte donde, trabajo artesanal y originalidad artesana se conjugan en tiempo, espacio, vida entregada, originalidad cuidada en cada intervención educativa; donde el material en manos del artesano-educador es único y valiosísimo: la vida del estudiante. Un arte educativo que toca las fibras más sensibles de todo educando: el corazón. Corazón entendido como el centro de la toma de decisiones, como el lugar donde los afectos se hacen presentes con nitidez, como el punto de encuentro donde la voluntad y la razón convergen, como el horizonte en el que el amor educativo roza y se entrelaza con la razón y la apertura a la trascendencia en un ámbito permeado de alegría, presencia intencionadamente educativa, benevolencia y familiaridad. Un arte que requiere pericia y experiencia para descubrir lo mejor en cada persona, y que pide paciencia y esperanza para acompañar hasta ver fructificar la semilla de bondad presente en todo ser humano.

Llegar al corazón y educar desde ahí, significa educar desde lo positivo y hacia lo positivo, es elevar, construir y aprovechar la energía saludable que posee toda persona. Educar desde el corazón es deseo de regenerar el sentido de la dignidad donde se requiere; es la alegría de los momentos gratificantes compartidos en familia; es la atracción por cosas nobles, bellas y útiles; es la apertura a la trascendencia que el Amor pide, llama, lanza, plenifica. Cada narración de vida es una historia personal importante, y cada historia personal importa porque no se puede entender ninguna relación humana, organización o grupo social sin comprender la participación activa y la contribución de los recursos humanos que lo sustentan, lo nutren, lo afectan, y modifican. Como cualquier ecosistema humano, la armonía de las partes y el equilibrio de las relaciones interpersonales permiten una experiencia adecuada o, en ocasiones, un desequilibrio en los agentes que pueden socavar su viabilidad.

Educar desde el corazón es intenta “resaltar” lo positivo en cada persona que encuentra a lo largo del camino en todas las áreas de la vida, en cada contexto en el que está inmerso, utilizando las mejores herramientas disponibles en el momento y buscando las mejores intervenciones posibles de acuerdo con sus capacidades y recursos.

Educar desde el corazón es poseer una gran disponibilidad para estar activa e intencionadamente presente en medio de los estudiantes y comprometer responsablemente tu persona con quienes forman parte del proceso educativo. Educar desde el corazón es vivir diariamente la amabilidad educativa, que hace que tu presencia como educador sea viva, cordial, competente, continua y significativa.

Educar desde el corazón es vivir nuestra forma de razonar con justicia en el sentido de que el educador, así como el aprendiente, están sujeto a la norma social que permite la convivencia. Una forma de razonabilidad como medida de lo posible pues todo lo que se exige debe ser proporcionado y posible al momento de desarrollo personal del otro y al contexto e historia que le anteceden y le envuelven. Una forma de racionalidad donde la razón última formativa y el bien común para todas las decisiones y demandas educativas deben ser evidentes tanto para quien educa como para quien es educado. Un valor se asimila cuando es comprendido como valor, es propuesto explícitamente y es ejercitado contextualmente. Una forma de motivación donde la importancia, pertinencia, relevancia y fines del proceso educativo y la validez de la propuesta pedagógica deben ser evidentes para los aprendientes, y su participación se requiere para el logro de formar ciudadanos comprometidos con la mejora continua de sus personas, de sus comunidades, de las sociedades y de la casa común.

Para ello se requiere en ti educador (del nivel escolar que seas, en el contexto social en que labores) una intencionalidad educativa consciente y operante. La intencionalidad educativa se nutre se nutre de la práctica conscientemente de ejercicios de auto-conciencia, de auto-conocimiento y de auto-posesión mediante la aplicación de la capacidad racional y cognitiva. La intencionalidad educativa se expresa en el deseo de ir más allá de lo requerido o asignado por un rol, buscando una comunión de mentes, corazones y metas, donde no se es ingenuo con las experiencias previas, pero tampoco se detiene en lo que se tiene pues educar con el corazón es: Educar desde y para la vida plena, armónica, integral siempre en posibilidad de ser mejor, siempre en el empeño de lograr un mundo más justo, más solidario, más humano.