Por MA. Jorge González, Universidad Mariano Gálvez de Guatemala

Familia…  la organización más pequeña de la sociedad, pero una de las fuerzas más poderosas para influir en su cultura.  Muchos se preguntan ¿dónde radica semejante poder, capaz de levantar y formar sociedades prósperas o hacerlas sucumbir hasta llevarlas a la ruina? 

Se puede probar lo valioso que es el núcleo familiar como piedra angular en una sociedad, ya sea por las evidencias de la historia o con el auxilio de ciencias como la antropología, sociología, biología, entre otras muchas; sin embargo, la respuesta es simple, si se complementa con el ingrediente del sentido común. Y es que la familia es un diseño perfecto, producto de una mente maestra y nacida en el mismo corazón de su Creador. No existe, en la tierra, autoridad capaz de atribuirse la creación de tal diseño ya que, por naturaleza, el hombre -un ser imperfecto- no tiene, tan siquiera, la capacidad de cambiarlo. Tal perfección sólo se le puede atribuir a una máxima autoridad, inicio de todas las cosas, omnisciente, omnipresente, todopoderoso, perfecto y eterno, características exclusivas de Dios. En los siguientes párrafos, se intentará abrir ventanas que nos puedan ofrecer un panorama sobre ese diseño perfecto, hecho por el Creador: La Familia.   

El diseño perfecto. En Génesis 2:18-23, se habla acerca de la búsqueda de ayuda idónea para el hombre.  No se halló entre las demás criaturas, por lo que -en su omnisciencia- Dios creó a la mujer y, así, inicia la primera familia.  Posteriormente, en Génesis 2:24, Dios establece: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”  Ya en el quinto mandamiento del Decálogo (Éxodo 20:12), se dice: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean alargados sobre la tierra que el SEÑOR tu Dios te da.”  Todo lo anterior nos habla del diseño perfecto (padre, madre e hijos), creado por Dios para desarrollo y plenitud del ser humano.

Legado de valores. En Génesis 1:28 Dios da una instrucción: “y los bendijo Dios, diciéndoles: “Procread y multiplicaos, y henchid la tierra…”  Las palabras “procread” y “multiplicaos” hacen clara referencia a tener descendencia abundante.  El hecho de tener descendencia no significa únicamente el acto de engendrar, sino conlleva un alto grado de responsabilidad. En las Escrituras encontramos muchas referencias a enseñarles, a los hijos, a caminar en las vías correctas, proveerles un legado generacional que les instruya en cuanto al camino del bien sobre la tierra.  Ese legado se traslada tanto por instrucción como por actuación y, seguirlo, es responsabilidad no sólo de los padres sino de los hijos también (ver Proverbios 3). 

La familia es el lugar donde se desarrolla cada individuo, donde interactúa con sus semejantes, aprendiendo -en las diferentes etapas de su vida- un legado de valores, desde los más básicos e intrínsecos hasta los más sofisticados como el respeto, la dignidad y la responsabilidad, entre otros.   

Protección y acompañamiento. Entre los varios objetivos que cumple la familia, uno muy importante es constituirse en un lugar de protección para cada uno de sus miembros.  La familia es el último refugio que encuentra la persona en momentos de oscuridad y tormenta; el lugar en el cual se halla consuelo, donde abunda la confianza y se encuentra auxilio y tranquilidad en los momentos difíciles. La familia es el acompañamiento idóneo en el desarrollo del individuo, proveyéndole un sentido de pertenencia que lo fortalece para enfrentar la vida. 

Multiplicación de individuos de bien. Uno de los principales roles de la familia es la multiplicación de la especie; es decir, la formación de individuos de bien, que sumen para un mejor futuro de la sociedad misma, formando de esta manera círculos virtuosos.

Desde cualquier perspectiva, observamos que la familia es el diseño perfecto, creado por Dios, del cual depende el bienestar de las sociedades. La familia transfiere un legado de valores que enriquece la cultura de la sociedad, provee amparo y acompañamiento a sus miembros, convirtiéndose en el último reducto de protección para cualquiera de ellos; la familia multiplica individuos que trasladan, a la sociedad, ese legado de bien, generación tras generación.   

Al final se puede concluir: Las familias hacen buenos individuos, los buenos individuos hacen buenas familias, las buenas familias hacen buenas sociedades, las buenas sociedades hacen grandes naciones.