Por Ingeniero Wilhem Alejandro Bautista Hernández – Universidad Mariano Gálvez – Consorcio de Universidades de Guatemala
Al pensar en amor, seguramente visitan a nuestro corazón recuerdos muy preciados que están delicadamente protegidos en nuestra mente, relacionados con la dicha de ser padres. Créanme, sé lo afortunados que son, porque al igual que ustedes, tengo la dicha de ser padre.
Cuándo decidí ser profesor tenía claro dos cosas: la primera, es que desempeñar esta labor no sería fácil, y la segunda, es que tarde o temprano me tendría que acostumbrar a ejercer esta profesión para así alcanzar la tan preciada zona de confort.
Es común que todos los días escuchemos en las noticias e internet sobre los avances tecnológicos, a tal punto que ya no es algo tan descabellado pensar que el ser humano puede llegar al planeta Marte o viajar de forma comercial a la Luna, aunque pensemos que esto está muy lejos de ocurrir en nuestra sociedad. Debo confesar que solía pensar que estos grandes cambios solo suceden en países totalmente desarrollados, pero hoy entiendo que estaba equivocado.
Cuando el brote del COVID-19 inició en Wuhan, al igual que muchos, no creí que llegaría a afectar nuestras vidas; sin embargo, el Covid-19 no sólo llegó, sino que también hizo que todo cambiara en el mundo de la noche a la mañana, y la supuesta zona de confort que creí haber alcanzado en mi labor docente, desaparecía por completo y todo el conocimiento que adquirí por muchos años, llegó a significar nada y a la vez todo.
Cada vez las herramientas virtuales resuelven problemas más complejos de una forma más sencilla, o esto nos gusta pensar, pero la realidad es otra; y es que en un mundo tan cambiante, humildemente debo confesar que antes de ser docente soy un aprendiz. La virtualidad llegó para quedarse.
Estimado padre de familia: sé que este cambio tan radical no ha sido fácil de entender e inclusive de aceptar, pero es la realidad y hay que vivir con ello. No es mi deseo que piensen que estoy enviando un mensaje negativo, sino más bien tengan la certeza de que esto ayudará a que la educación y la tecnología estrechen las manos de una vez por todas, pues, este cambio siempre había sido necesario pero se postergaba.
Puedo asegurarles que ustedes, padres de familia, junto a sus amados hijos, han dormido muy poco estos últimos meses por causa de la virtualidad, pero también puedo asegurarles que vale la pena evolucionar a esta indispensable forma de aprendizaje. Aquí en confianza, les cuento que al igual que ustedes, he dormido muy poco por causa de la virtualidad, pero también he de confesar que esta situación ha sacado la mejor versión de mí mismo.
En un mundo abarrotado de tecnología, se cree que estos avances pueden sustituir prácticamente todo, pero déjenme corregir esta afirmación con esta nueva: “Amar es más que un sentimiento, es un compromiso que elegimos voluntariamente y que debemos celebrarlo todos los días”. En este caso, el amor a nuestros hijos se transformó en la voluntad necesaria para adaptarse a la virtualidad, sin la cual la educación de nuestros amados hijos sería mucho más difícil de llevar a cabo.
De las dos afirmaciones que les compartí al inicio, he desechado la zona de confort y la he reemplazado por otra superior, que es: “a partir de ahora el cambio será inminente todos los días y la evolución es necesaria para vivir en un mundo virtualizado”.
Quiero invitarlos a que superemos juntos este reto, siendo pacientes con nuestros hijos, amándolos, atendiéndolos y sobre todo, “aprendiendo juntos”. Recibamos con amor este preciado regalo, el cual es el “cambio” y dediquémosles a nuestras familias tiempo de calidad. No sobrevivamos sino aprendamos a vivir, amémonos más que nunca y perdonemos hasta 70 veces siete si nos ofendemos.
No se enfoquen en lo que no saben hacer, sino en lo mucho que aprenderán y en lo necesario que era que algo nos obligara a pasar más tiempo con nuestras familias en lugar de perderlo en cosas vanas. Al pasar los años, quizás nos recuerden como la generación que vivió la transformación digital de la educación, pero yo prefiero que nos recuerden como “la generación que amó más que nada a su familia y que esto la impulsó a salir victoriosa de esta situación”.
Me despido con la certeza de que ya no somos los mismos, sino más bien somos mejores, y que no somos mejores por la tecnología, sino porque aprendimos a amarnos más.