Por M.A. Sergio Mejía Aguilar – Universidad Mariano Gálvez – Consorcio de Universidades de Guatemala
Ahora que en el mundo entero las familias, y en especial las guatemaltecas, estamos concentradas en nuestras casas, debido al peligro de contraer el COVID 19, los padres encontramos la realidad de trabajar desde casa, atender a los niños y a las tareas del hogar. Además, nos preocupa la salud y los ingresos. En la mayoría de los casos, hemos dejado en manos de la escuela y en la de los maestros la importante tarea de educar. Enfrentamos conflictos internos porque tanto padres como hijos no coincidimos en lo que se debe hacer y creemos correcto, por lo que los niños y especialmente los adolescentes, se oponen y actúan con rebeldía.
Los niños y los adolescentes aprenden con el ejemplo. Por lo tanto, los padres con nuestras propias acciones y actitudes les debemos guiar. La regla de oro dice que “debes tratar a los demás como quieras que te traten a ti mismo”. Muchas veces caemos en la trampa de exigir a nuestros hijos lo que somos incapaces de hacer nosotros mismos. Por lo tanto, el ejemplo es importante, para que nuestros hijos reflejen las actitudes y las acciones que queremos ver en ellos.
Nuestros hijos son seres humanos, a los cuales debemos tratar con amor, respeto y dignidad. Si los padres logramos ganar su confianza y penetrar en su corazón con amor, entonces es más fácil desarrollar en ellos las habilidades necesarias para que poco a poco, se vayan convirtiendo en adultos de bien y útiles a la sociedad. El camino hacia una vida correcta y con buenos valores comienza en la formación inicial de casa. La honestidad, la responsabilidad, el respeto, la verdad, la solidaridad, la tolerancia, la cooperación, la humildad, entre otros, son valores que no se enseñan con palabras ni con cinchazos. Debemos enseñarlos con mucho amor, modelándolos con nuestro cotidiano vivir. A los hijos no debemos inculcarles temor, ni mucho menos la disciplina del golpe. Los golpes, los gritos y las amenazas son medios de terror que crean en los niños traumas severos, que duran toda su vida. Para crear un ambiente de aprendizaje positivo en el hogar, ambos padres debemos comenzar por respetarnos y tratarnos con amor y tolerancia. Cuando haya conflictos, necesitamos actuar con inteligencia, a manera de no impresionar negativamente a los niños. Cuando uno de los dos sea fuego, entonces el otro debe ser: agua. Eso no significa que no deban corregirse las malas acciones y las actitudes negativas de los niños.
Existen formas inteligentes de enseñar a los niños rebeldes e intolerantes. Una de ellas es la silla de pensar. Cuando un niño actúa mal, debe ir a la silla de pensar durante unos dos minutos. Dicha silla, debe estar en un lugar no tan bonito de la casa, para que pueda reflexionar acerca de qué hizo mal. Lo conveniente es no abusar de esta forma de enseñar al niño. La otra manera de corregir sanamente es que no permitamos el uso de objetos que le gusten mucho durante un tiempo determinado, como el celular, su juguete preferido o los videojuegos. En ese caso, debemos actuar con firmeza y objetividad, sin olvidar que debemos repetirles constantemente que los amamos.
Padres, cumplamos lo que ofrecemos. No importa si es bueno o malo. Pero debemos ser cumplidos, de palabra, cuando ofrezcamos algo a nuestros hijos. De esa manera, les estamos modelando el carácter y desarrollando una personalidad estable y centrada. Si somos débiles y caemos en la trampa de darles y dejarlos hacer todo lo que quieran entonces estaremos echando a perder todo lo bueno que pudimos haber ganado.
Para finalizar, necesitamos enseñarles a amar a Dios por sobre todas las cosas. A ponerlo en el centro de sus vidas. Debemos enseñarlos a elevar sus plegarias a Dios, pero repito, la única manera correcta es con el ejemplo: Hacerlo nosotros. Si los niños nos miran orar juntos, y a depender de Él en todas sus decisiones, seguramente el niño lo tomará como algo normal que hay que hacer y lo hará por voluntad propia, sin presión ni manipulación de ninguna clase.
Padres, tratemos a nuestros hijos como nos hubiera gustado que a nosotros nos hubieran tratado nuestros padres. Con bondad, con cariño, con gentileza. De esa manera, seguramente, habremos avanzado firmemente, en la noble tarea de ganarnos el corazón de los seres a los que tanto amamos: Nuestros hijos.